jueves, 4 de junio de 2009

A huevazos aprendí


La doña acarició el huevo por última vez. "Nunca nadie ha tenido un sacrificio tan noble como el que vas a tener, huevito" le dijo mientras le acariciaba quitando unas plumitas con excremento. Acto seguido, lo sostuvo entre sus dedos pensando en todos los años que le debían de sueldo, en sus hijos sin tener nada que llevarse a la boca, en el desprecio de los gerentes que la peloteaban de un lugar a otro. La mano se convirtió en un poderoso gatillo. Dio una última mirada hacia el barullo, apuntó bien y dejó que hiciera su tarea. El huevito viajó como un torpedo a estrellarse directamente en la cara de don Genaro, pereciendo en el acto. Sus últimos pensamientos estuvieron con ella, con la mujer que la había sacado de las entrañas de mamá gallina y le había indicado el camino, enseñándole que su destino era estrellarse contra el rostro vivo de la injusticia. Su muerte no podría ser más digna. El huevo se reventó, invadiendo todas las canaletas y surcos que el broadcaster tenía en la cara. Se llamaban arrugas, pero en su caso eran unos arrugones acumulados vergonzosamente con años de perromuerto y cabeceo. El otrora tan respetado Don Genaro, el hombre que con un dedo podía decidir la vida de miles de mortales, se despedía del canal que fundó de la manera más patética. A huevazos.

Un hombre que venía estafando a medio mundo desde el año 1982, no merece ser recordado como un genio empresarial. Es más bien todo lo contrario.

Se lo que habrá pensado cuando sintió el líquido viscoso derramarse por su cara: ¡muerta de hambre! Así es como suele llamar a todos los que le cobran.

Los huevos son la justicia popular de hoy en día. Cuando los poderosos se vuelven inalcanzables a través de un espeso manto de corrupción, tratando de aparentar ser los típicos ricos-dignos-por-encima-de-la-ley, de pronto un huevazo los sitúa nuevamente en su lugar. Son simples mortales, como tú y como yo. Solo que no tengo un terno de casimir de tres mil dólares, pero sí muchos huevos para arrebosarlos en su propia mantequilla de corrupción. Ya que la gente de a pie ni siquiera puede tocarlos, sólo nos queda arrojarles cosas desde lejos. Agradezca el señor que no le llovieron piedras y palos como a Toledo en el Estadio Nacional, o pintura amarilla como a los Shutz, o un pastel de Homero pie. El huevo siempre tiene su no se qué de afrentoso, de señalada vergüenza para quien los recibe.

¡Que vivan los huevos!

Y a ver si nos ponemos a pensar en el próximo candidato a huevazos: ¿Alan García por tomar impunemente canal cinco? Ya se retractó. ¿Antonio Brack y Yehude Simmons por tener paseando a los nativos? Puede ser. ¿Nuestro siempre traicionero congresista Augusto Vargas, el chatito de las grandes franelas? Exacto!!! Pero cuidado se ahogue con la clara.

Sólo los huevos salvarán al Perú.

1 comentario:

  1. Tienes razon, creo que en estas fechas, donde estamos todos de duelo por las injusticias y atropellos cometidos en bagua, deberiamos guardar aunque sea un minuto de silencio por la inmolación de este heroico huevo. no tiene la culpa de haber manchado su honorable yema y clara con la podredumbre de alma de este señor, al que me da asco nombrar por ser tan mezquino y roñoso. no cabe duda que estamos en el país de las maravillas. viva el perú, carajo.

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