Varias imágenes quedarán grabadas en mi memoria cuando pronuncie el nombre de Alberto Andrade:
1. Un gordito furioso y determinado, usando una casaca azul, al mando de un montón de serenos que se dirigían a desalojar a los ambulantes del centro de Lima. Como suele ocurrir, los comerciantes oponían una feroz resistencia. La policía de Fujimori se negó a prestarles el apoyo debido, se rumoreaba que habrían varios muertos y policontusos, pero Andrade se puso al frente de la tropa azul, y con un "Adelante, carajo" logró lo que parecía imposible: recuperar el centro de Lima para todos.
2. La Plaza San Martín, el paraíso de los pirañas, donde viví mis más célebres asaltos a manos de chiquillos que te atacaban en mancha tan rápidamente que ni siquiera te dejaba tiempo a reaccionar (decidirse golpear o no golpear a un niño de cinco años toma su tiempo, aunque no lo crean). En menos de tres meses, bajo su gestión, se convirtió en una de las plazas mejor cuidadas y limpias de Lima. Para quienes teníamos la desgracia de pasar cada mañana por allí, el cambio fue demasiado radical para dejar de notarlo.
3. La vía expresa de la Javier Prado, quizá la obra más importante que hizo. Fue el trampolín para tentar un tercer periodo municipal, pero la gente olvida muy pronto. Concluyó casi dos años antes de terminar su mandato. Para cuando las elecciones calentaron, la proeza vial estaba fría en la mente de los electores. Castañeda sin duda aprendió para mal de este error de cálculo, porque planeó su metropolitano para inaugurarlo justo cuando termine su mandato y así cosechar más votos entre el ingrato y desmemoriado pueblo.
4. El debate con Castañeda. Andrade cometió el error de dar por hecho su segunda reelección, al pensar que no tenía un candidato fuerte que pudiese oponérsele. Su silencio ante las provocaciones de los demás aspirantes lo pintaba con cierta prepotencia y soberbia. Además, se le acusaba de querer más a la Lima de antaño que a la nueva Lima, más grande y compleja que el barrio donde creció (recordemos que el nació en el jirón Ucayali). Castañeda, de eficiente labor en el Seguro Social y provinciano para más luces, supo capitalizar el descontento de quienes no se sentían identificados con "ese gordito mazamorrero". Cuando el chiclayano empezó a despuntar en las encuestas a un ritmo desbocado, Andrade aceptó debatir con él. Castañeda eligió el lugar: Manchay, la otra cara de su Lima querida. No tuvo más que aceptar. ¿Quién ganó en el debate? Eso quedará para analistas y simpatizantes. Yo me quedo con una anécdota: Castañeda lo acusó de no pasearse por la zonas aledañas de Lima para ver la pobreza y las necesidades de su pueblo. Andrade respondió quitándose su desgastado y polvoriento zapato y mostrándoselo.
1. Un gordito furioso y determinado, usando una casaca azul, al mando de un montón de serenos que se dirigían a desalojar a los ambulantes del centro de Lima. Como suele ocurrir, los comerciantes oponían una feroz resistencia. La policía de Fujimori se negó a prestarles el apoyo debido, se rumoreaba que habrían varios muertos y policontusos, pero Andrade se puso al frente de la tropa azul, y con un "Adelante, carajo" logró lo que parecía imposible: recuperar el centro de Lima para todos.
2. La Plaza San Martín, el paraíso de los pirañas, donde viví mis más célebres asaltos a manos de chiquillos que te atacaban en mancha tan rápidamente que ni siquiera te dejaba tiempo a reaccionar (decidirse golpear o no golpear a un niño de cinco años toma su tiempo, aunque no lo crean). En menos de tres meses, bajo su gestión, se convirtió en una de las plazas mejor cuidadas y limpias de Lima. Para quienes teníamos la desgracia de pasar cada mañana por allí, el cambio fue demasiado radical para dejar de notarlo.
3. La vía expresa de la Javier Prado, quizá la obra más importante que hizo. Fue el trampolín para tentar un tercer periodo municipal, pero la gente olvida muy pronto. Concluyó casi dos años antes de terminar su mandato. Para cuando las elecciones calentaron, la proeza vial estaba fría en la mente de los electores. Castañeda sin duda aprendió para mal de este error de cálculo, porque planeó su metropolitano para inaugurarlo justo cuando termine su mandato y así cosechar más votos entre el ingrato y desmemoriado pueblo.
4. El debate con Castañeda. Andrade cometió el error de dar por hecho su segunda reelección, al pensar que no tenía un candidato fuerte que pudiese oponérsele. Su silencio ante las provocaciones de los demás aspirantes lo pintaba con cierta prepotencia y soberbia. Además, se le acusaba de querer más a la Lima de antaño que a la nueva Lima, más grande y compleja que el barrio donde creció (recordemos que el nació en el jirón Ucayali). Castañeda, de eficiente labor en el Seguro Social y provinciano para más luces, supo capitalizar el descontento de quienes no se sentían identificados con "ese gordito mazamorrero". Cuando el chiclayano empezó a despuntar en las encuestas a un ritmo desbocado, Andrade aceptó debatir con él. Castañeda eligió el lugar: Manchay, la otra cara de su Lima querida. No tuvo más que aceptar. ¿Quién ganó en el debate? Eso quedará para analistas y simpatizantes. Yo me quedo con una anécdota: Castañeda lo acusó de no pasearse por la zonas aledañas de Lima para ver la pobreza y las necesidades de su pueblo. Andrade respondió quitándose su desgastado y polvoriento zapato y mostrándoselo.
Sin duda hizo más cosas, sin duda tuvo más logros, sin duda recibió más vilipendios, pero ya habrán plumas más vigorosas que se ocupen de él. Como simple y provisional habitante del damero de PIzarro en aquellos años, ése es el Andrade que siempre recordaré. Descanse en paz.
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